Un tren cargado de recuerdos
Los hombres unidos en una misma mesa eran tres, todos ellos con edades similares, alcanzando las nueve décadas desde sus natalicios. Dos de ellos bromeaban, manifestando ser testigos de casi todas las guerras que han sucedido alrededor del planeta.
Un hombre de estatura mediana, con algunos kilos de más, cara redonda, así es Alcides Orellano, un rosarinos que llegó de la gran ciudad para escribir su historia en grandes capítulos.
En la mesa también se encontraba un meteorólogo amateur, él no tenía estudios sobre las ciencias de la atmosfera, pero sabía con precisión cuando podría largarse a llover. Se trata de Roberto Nieri, un señor con más de 88 años.
Estas tres personas tienen algo en común, que los une y los representa. Ellos alguna vez trabajaron en los talleres ferroviarios de la ciudad de Pérez.
La historia de ellos se repasa en una mesa de café, las aventuras de aquellos trabajadores ferroviarios, que siendo jóvenes, llegaron a esas enormes fábricas para darle curso a sus vidas e impulso a la economía de un país entero.
“¡Entré primero!” exclamó Roberto, y fue así. Llegó en 1946 y trabajó por 41 años. Pasó por la bodega para terminar en el almacén, aquél lugar en donde se distribuía todo los materiales fabricados en los talleres.
“¿Nos habremos cruzado?”, preguntó Carlos, que confesó haber estado en aquella sección.
“Éramos los encargados de abastecer de materiales a los galpones, porque cuando no se compraba materiales, se daba la orden para que los talleres lo fabriquen. En esos gigantes de chapa se fabricaba, se producía y se reparaba”, contaba con orgullo Pallotto.
Después de aquellos dos hombres, llegó el tercer protagonista, que arribó de la zona de Alberdi en Rosario. “Surgió la posibilidad de venir a Pérez y estuve 16 años. Acá yo estaba en el corazón de la máquina, lugar donde todos querían estar”, bromeó Alcides. Pero no estaba mintiendo. Esa sección se la denominaba “Celta chico” y era el lugar donde se fabricaban y ensamblaban las locomotoras. “Era la sala de partos, allí nacían las grandes locomotoras del país”, exclamaron los tres al unísono.
Trabajar en los talleres denominados en su momento “Gorton” era sinónimo de tener el mejor empleo e imposible no entablar cierta amistad con los rieles y los trenes. En dichos talleres, las diversas secciones hacían que el trabajo sea del más variado.
“Hice de todo”, comentó Alcides. Y continuó: “He sido aguatero, saca fuego, saca ceniza y arenero. Y también pasé por la parte de carpintería, que le daba el toque final a las locomotoras que salían como nueva”.
Carlos recordó una sección que le gustaba: “Los artesanos hacían los trabajos de artesanías para el ferrocarril, arreglaban muebles, por ejemplo, no se tiraba nada”, exclamó.
La mesa llena de fotos, folletos y bebidas frías, eran testigos de los relatos más llevaderos que se podían escuchar acerca de aquellos días en los talleres.
Los ingleses tenían la política de no salir a comprar repuestos afuera, sino que se fabricaba todo allí mismo en los talleres. Tan así, que según los trabajadores de la época comentaban que hasta agujas de alfiler se hacían. “¡En la sección fundición se fundía 30 tonelada de hierro por día!”, saltó diciendo Nieri.
Trabajar en los talleres era estar en contacto todo el tiempo con trabajadores, colegas, y amigos. Y no era para menos, ya que eran más de tres mil los obreros que trabajan allí.
“Conmigo trabajaban unas 60 personas, pero depende mucho en la sección donde te encontrabas. De todas formas, eran muchas las personas que te cruzabas día tras día”, recordó Alcides.
El caso de Nieri fue parecido: “Conmigo trabajaron muchas personas, por ejemplo, la sección almacenes tenía 190 hombres. En esa sección se almacenaba todo lo que se fabricaba en el taller y después se distribuía a todas las líneas de ferrocarriles, como ser Buenos Aires, Cruz Alta o Río Cuarto”.
Los ex ferroviarios se detenían en el tiempo y repasaban detalles de los más minimalistas: “ Mi jefe se llamaba Mr. Johnson que salía todos los días a las 9 de la mañana a recorrer todo el taller”, relató Nieri.
Los relatos de estas tres personas, se fundían en sonrisas, palabras y recuerdos. Y al ver lo que hoy quedó de aquellos gigantes, sin dudas, sintieron ese vacío cruel difícil de superar.
“Cuando paso por los talleres abandonados me dan ganas de llorar”, exclamó Orellano.
A su vez, Nieri también se sintió dolido: “Es lamentable lo que está pasando. Que los talleres estén parados tantos años es una lástima, porque tenemos el edificio, están los inmueble y es un verdadero desperdicio que no se usen”.
Por su parte, Carlos expresó: “Realmente la estadía en los talleres fue muy buena, porque todos han podido criar a sus familias, pero ahora ya pasó al olvido”. Pero aquél hombre no pierde las esperanzas; “pienso que con el correr de los años va a tener que volver”.
Dicen que recordar significa volver a pasar por el corazón, y ellos han recordado. Los ex ferroviarios que protagonizaron está historia son hombres de trabajo, que con sacrificio y humildad, construyeron su futuro, y también el nuestro. ¡Gracias!